En los últimos meses he tenido la oportunidad de compartir experiencias, inquietudes e información sobre el mercado o las tecnologías con directivos de diferentes empresas del sector de la alimentación y las bebidas
Aunque todas pertenecen a un mismo sector, cuando te acercas a su día a día difieren bastante entre ellas. Desde empresas cárnicas donde predominan los procesos manuales a embotelladoras con un gran despliegue tecnológico, pasando por subsectores como la bollería o el café con requerimientos medios pero con elevada cantidad de referencias en su porfolio.
Efectivamente los procesos y necesidades son diferentes en cada una de las empresas, e incluso si buscamos dos empresas del mismo subsector pueden partir de distinta cultura empresarial o madurez tecnológica que las hacen únicas en sí mismas.
Aunque todas tienen preocupaciones muy similares…
Los productos producidos por las compañías del sector de la alimentación tienen impacto directo en la salud o seguridad del consumidor. Esta relación con el consumidor combinada con la huella mediática de algunas alarmas alimentarias recientes, han puesto el foco de atención en la calidad de los productos fabricados.
La competencia entre compañías es también elevada, lo que obliga a buscar en todo momento mejoras de eficiencia operacional, optimización de costes o la diferenciación de sus productos respecto a los de la competencia.
En otras palabras, los directivos de la industria alimentaria dirigen empresas con elevados requerimientos, a la clemencia de mercados commodities, y se enfrentan a bajos márgenes de operación (típicamente entre 2% y 5% EBIT) y una gran variabilidad en la demanda lo que implica una lucha constante por mantenerse competitivos.
Con este panorama, y como recogía el estudio de KPMG de 2015 sobre la Industria del F&B, los propietarios o directores generales de estas empresas centran su atención en el corto plazo en el mantenimiento de los márgenes, eficiencias operativas y reducción de costes estructurales. En el largo plazo, su foco está en la rentabilidad futura del negocio y en la búsqueda de nuevas vías de crecimiento –nacional o internacional-.
Y, ¿cuál es la respuesta?…. La de siempre, la que nos ha permitido estar aquí hoy, y la que nos permitirá estar mañana: la evolución tecnológica.
La evolución de nuestra tecnología para que nuestra empresa sea más flexible y predictiva, la evolución de cómo captamos las necesidades del mercado, y también la forma y velocidad en que tomamos las decisiones.
Y, aunque vestimos la tecnología de gran cantidad de nombres –IoT, Industria Conectadas, Fábricas Inteligentes, Industria 4.0, etc. – el concepto que radica detrás de todos ellos es el mismo: mejorar la flexibilidad y rentabilidad productiva garantizando la competitividad de mi empresa.
Estas tecnologías tienen en la mayoría de los casos un escalonado de inversión con tramos iniciales centrados en la gestión de activos de retornos de inversión muy cortos.
Entonces…
Si necesitamos hacer esta evolución tecnológica y los plazos de Retorno de la Inversión son ya extremadamente competitivos ¿por qué hay tantas empresas que no acaban de dar el paso?
La respuesta la encontramos en parte en la percepción de urgencia y la compartimentación de responsabilidades, pero ese ya es tema para un próximo post.
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