La transición energética es uno de los grandes temas del momento. Al hablar sobre un nuevo escenario mundial, en el que todo funcione a partir de la energía eléctrica, es habitual escuchar preguntas como: ¿qué coste tendrá la implementación? ¿Habrá incentivos económicos? ¿Estamos realmente preparados para un mundo eléctrico? Y es que el cambio demanda respuestas.
Un punto positivo es que vivimos en una era en la que tenemos mayores certezas que en el pasado. Por ejemplo, ya no existen dudas sobre el cambio climático y su impacto en la vida de las personas. Sabemos que debemos combatirlo y vencerlo en los próximos veinte años. O, dicho de otro modo, para mantener el calentamiento global por debajo de los 2ºC, las emisiones de carbono tienen que haberse reducido a la mitad en 2040.
Afortunadamente, ya contamos con información sobre cómo alcanzar este objetivo. Tenemos claro que el eje central del problema se encuentra en la gran cantidad de emisiones de carbono que se siguen acumulando en la atmósfera, y que el 85% de las emisiones se relacionan con la energía. Y también tenemos claro que, para reducirlas, necesitamos hacer la transición hacia un mundo eléctrico y digitalizado, ya que la electricidad es la energía más eficiente, mientras que la digitalización presenta nuevas oportunidades para optimizar esta eficiencia, al conectar y controlar la demanda de energía.
Ya tenemos el reto y su solución. Pero ¿quién debe liderar el cambio?
‘Push’ de las empresas eléctricas
Uno de los actores que debe liderarlo es, sin duda, la industria eléctrica. Es el sector que debe poner los cimientos para conseguir, más pronto que tarde, la llegada del nuevo paradigma energético. Alcanzar los objetivos de la agenda climática e incorporar la sostenibilidad en todos los aspectos del negocio es actualmente una responsabilidad que deben asumir todas las compañías eléctricas.
La transición energética es un tema de viabilidad del negocio, como también un compromiso con los objetivos internacionales para frenar el calentamiento global. En ese sentido, la industria eléctrica ya ha dado pasos firmes para reducir las emisiones de carbono, pero es necesario seguir avanzando para ser más sostenibles y frenar el calentamiento global.
Por una parte, para alcanzar los objetivos de sostenibilidad y mantenerse competitivas, las empresas de electricidad deberán integrar las energías renovables en todos los niveles de la red, comprometerse a utilizar equipamiento moderno y actualizado que reduzca también las emisiones, y realizar la transición hacia la movilidad eléctrica en un 100%. Se estima que la demanda global de electricidad aumentará un 60% hacia 2040 y que, al mismo tiempo, el porcentaje que ocupan las fuentes renovables en la generación eléctrica se habrá triplicado.
El reto tecnológico sigue ahí
A su vez, en España tenemos un reto tecnológico de base para lograr el objetivo del cambio: mejorar la red de baja tensión para que sea capaz de gestionar los flujos generados. Y aquí es donde la distribución de la energía juega un papel esencial y hay que dotarla de tecnologías que se lo permitan. Cuando se crean y operan redes inteligentes que combinan las instalaciones tradicionales de distribución —como son las grandes centrales eléctricas— con los nuevos recursos y sistemas de información, se posibilita, por ejemplo, la integración de las renovables y la promoción del vehículo eléctrico.
La gestión de la red es muy importante en este mix energético y también donde reside la mayor complejidad. Será necesario sensorizar toda la red, la producción energética y prever las capacidades de generación que tendrá cada punto. Gracias a las tecnologías IoT podemos conocer la predicción meteorológica, cuánto podremos generar y cuánto consumiremos en función de las condiciones ambientales, por ejemplo. Dentro de este cambio tecnológico, necesario para la transición energética, la democratización de las baterías de almacenamiento será un punto decisivo. Gracias a estas se podrá realizar una gestión activa de la energía, haciendo uso de la almacenada, según decisiones estratégicas.
¿Alguien dijo políticas de estímulo?
Para todo ello, es necesario el soporte estratégico de la Administración Pública. Es momento de adoptar políticas de estímulo para el sector, que impulsen y mejoren la infraestructura de recarga del vehículo eléctrico, la integración de las renovables, la generación de energía distribuida y su almacenamiento, y la automatización y monitorización de las redes de distribución de media y baja tensión.
Sin duda, debemos reconocer el avance que el año pasado supuso la aprobación del Real Decreto 244/2019 a través del cual se habilita la figura del autoconsumo colectivo y fruto del cual la potencia fotovoltaica instalada para autoconsumo se ha visto multiplicada por dos versus 2018. Además, el Gobierno español aprobó recientemente el primer proyecto de Ley de Cambio Climático y Transición Energética, estableciendo los objetivos nacionales de reducción de emisiones, y remitió a Bruselas el Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC) para 2021-2030. La senda está trazada, pero hay que acelerar el paso.
Del consumidor al prosumidor
Por tanto, como último punto y fruto de las nuevas directivas que por primera vez sitúan al consumidor en el centro, tenemos que prestar especial atención al nuevo papel que van a adoptar los consumidores. Un consumidor al cual los recursos energéticos distribuidos como, por ejemplo, paneles fotovoltaicos, vehículos eléctricos o microgrids, entre otros, pasan a otorgarle un papel activo en el mercado energético, siendo éste capaz de poder generar su propia energía, consumirla y eventualmente almacenarla o venderla.
Como podemos ver, estamos ante un momento clave para el sector eléctrico en general y el autoconsumo en particular. Un momento que podremos ir analizando a medida que vayamos conociendo las muchas regulaciones en pro de la transición energética que se prevé que el nuevo gobierno lance en breve: la Ley de Cambio Climático y Transición Energética está ya en la recta final para su aprobación y sentará las bases para ser neutrales de carbono en 2050.
La transición energética implica una transformación profunda del mercado energético, una transformación que arrastra de la mano una transformación tecnológica y una transformación social. Así, por tanto, hacer frente al nuevo paradigma al que nos enfrentamos exige un compromiso y un esfuerzo de todos los actores que intervenimos en el proceso. El reto es pues, un reto de todos.
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