Hubo un tiempo en el que las empresas preparaban sus planes estratégicos con horizontes a 10 y 15 años.
En aquel entonces, el futuro era lineal y si mirabas hacia la experiencia del pasado, podías llegar a prever cuál sería tu crecimiento, calcular los resultados esperados de las acciones que iniciases y saber que una persona con un conocimiento similar a su predecesor te daría unos resultados similares.
Era la época de los “profesionales expertos en” y de lo que ahora llamamos los ‘hard skills’. Un tiempo en el que los sectores eran estables y tenían los mismos competidores de siempre.
Uno en el que tus estudios y primeras experiencias profesionales condicionaban a qué te ibas a dedicar el resto de tu carrera.
Sin embargo, desde entonces hemos vivido un tsunami. La convergencia en el tiempo de varias disrupciones tecnológicas que se apalancan las unas sobre las otras han sumado a la mejora de los costes de adopción de dichas tecnologías.
Por otro lado, la democratización del conocimiento ha hecho que el mundo se desdoble: empresas “tradicionales” conviven con empresas nativas digitales, que han nacido ya en un entorno altamente volátil e incierto y que se apalancan en la gestión de dato y en su capacidad de transformarse para proponer al mercado nuevos modelos de negocio.
El futuro requiere disrupción y innovación
La pandemia no ha hecho más que acelerar lo que ya veníamos anunciando. El futuro requiere disrupción, flexibilidad, ganas de aprender y de innovar.
Cómo recoge McKinsey en su artículo “The CEO moment: Leadership for a new era”, a partir del análisis de las reflexiones de cientos de CEOs a los que han asesorado durante la pandemia: la barrera para hacer cosas distintas e innovadoras a gran velocidad no radica tanto en problemas técnicos sino en la mentalidad de las organizaciones sobre lo que es posible.
Y, sobre todo, en la voluntad de transformación de las personas.
El futuro va a requerir, especialmente de las empresas más tradicionales, que cambien su aproximación al talento, priorizando a aquellas personas que muestren capacidad y voluntad de aprender, flexibilidad y grandes capacidades emocionales y sociales.
En definitiva, personas dispuestas a salir y enseñar a salir de la zona de confort.
Contrata a la persona, forma al profesional
Comentaban el otro día un par de compañeras en una reunión interna que una de las cosas que más les gusta de Schneider Electric es que su futuro no está decidido de antemano: la compañía les permite desarrollarse y dar la mejor versión de ellas mismas.
Yo mismo me considero un ejemplo, ingeniero en telecomunicaciones con una carrera básicamente en ventas, al que la compañía propuso liderar la función de recursos humanos.
Y es que cuando contratamos o cuando buscamos a alguien para una nueva posición nos centramos en la persona, en su potencial, en su capacidad de aprender y de retar.
En un mundo en constante cambio, lo que ya hemos aprendido solo nos prepara para un mundo que ya no existe.
Hay posiciones en las que esta capacidad de aprender, de retar y retarse, y de desarrollar es absolutamente crítica. Hoy en día, a un líder de equipo – un ‘manager’ – ya no le pides solamente que entregue resultados.
Necesitas que inspire y ayude a su equipo a desarrollarse y que, además, adquiera habilidades nuevas que antes no tenían o creía imposible tener.
Líderes que inspiran tienen apetito para aprender y transformar
Quizás la pregunta a la que tendría que contestar ahora es cómo se logra desarrollar a un equipo.
La verdad es que no tengo ni atajos, ni fórmulas mágicas. Puedo compartir, eso sí, lo que veo a mi alrededor: aquellos líderes que inspiran y que son en sí mismos ejemplos de lo que piden a su equipo, que tienen apetito para aprender y transformar, lo logran.
Un líder de equipo que desarrolla es un ‘manager’ que hace partícipe a su equipo en la estrategia de la compañía; que los invita a cuestionarse cada día cómo pueden aportar más valor o qué pueden hacer distinto; que entrega resultados, pero que también prepara el futuro.
Todo el mundo merece la oportunidad de desarrollarse, sin embargo, desarrollarse implica hacer cosas distintas, transformarse y salir de la zona de confort.
Una de las frases más conocidas de Jeff Bezos, y seguramente el secreto del éxito de Amazon, es que para él cada día es como el primer día. Se trata de no dar el éxito por sentado, atacar cada día como si fuese el primero de una gran idea.
Hablábamos al inicio de cómo el mundo empresarial se había desdoblado entre empresas nativas digitales y empresas tradicionales. Las tradicionales – o ‘incumbents’ como se conocen en el mundo anglosajón – tienen una importante ventaja: se trata de marcas reconocidas, con acceso a capital, y que parten de una cuota confortable de mercado.
Sin embargo, corren un gran peligro de quedar atrapadas en lo que les ha funcionado en el pasado, en vez de mirar hacia el futuro, sin darse cuenta de que el mundo que conocen ya no existe.
Detrás de la zona de confort se esconde el inicio del abismo, un mundo en el que la variable del tiempo ha desaparecido y donde la tecnología abre un abanico de oportunidades infinitas.
Correr lo más rápido que puedas ya no es suficiente: rodéate de personas a las que no les asuste el cambio, con la fuerza y el valor para correr y soñar e inspirar a los demás para que corran y sueñen con ellos.
«Para quedarte donde estás tienes que correr lo más rápido que puedas. Si quieres ir a otro sitio, deberás correr, por lo menos, dos veces más rápido”, A través del Espejo y lo que Alicia encontró allí, Lewis Carroll 1871.
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